de Diego Barraza
Lo despertó la sinusitis de cada mes, mucho más lacrimógena en Septiembre. La secuencia de estornudos lo sacudía que daba miedo. Preparó un té con bastante limón y edulcorante y se dio cuenta de que venía arrastrando los pies, lo que le sacó una sonrisa.
De nuevo en el sillón, se miró en el caño de su Colt cuarenta y cinco, un regalo del viejo para los dieciocho. Mientras le acariciaba con una gamuza pudo apreciarla desde todos los ángulos, como si tuviera vida propia. En un movimiento relajado la apoyó sobre su sien y por fin, después de algunas semanas, respiró plenitud. La bajó y la remontó y de nuevo la gamuza. De a ratos se apretaba la nariz para evitar los estornudos en cadena. El primero, estruendoso y ahí nomás perdía la cuenta de la seguidilla de cortitos. Supuso que veintiocho abriles bien vividos, sin excesos ni vanidades, era mucho más de lo esperado. Los días fueron repasados sin pausas confirmando así lo de anoche. Y viendo que su decisión aún no había sido acatada volvió a tomar el asunto en sus manos.
Este final era reconfortante. Según él había logrado todo lo propuesto, por lo menos los proyectos más ambiciosos, y con eso le bastaba. Más de una vez había advertido a sus hermanos que si algo le pasaba, lo cremaran "ipso facto", detrás del cajón de la mesita de luz están los dólares para eso, completaba. Por algunos días no lo extrañarían, salvo el diariero y únicamente los sábados, pues el peluquero y la dentista habían variado según circunstancias de viajes o de dolor. Se le cruzó hacerlo bajo las sábanas bien tendidas, pero después de servirse otro té vinieron los recuerdos con amigos. Por dónde andarían... e imaginó mañanas de trabajo para cada uno de ellos. También estaba Mica, cierto. Iban a tardar en enterarse, las distancias eran grandes y eso lo ponía más feliz aún. Entonces, como si nada, desistió; y ya consciente de su estupidez, volvió a apretarse la nariz. Se propuso que a la tarde, después de natación, podría pasar por la inmobiliaria y echarle un vistazo a las carpetas. Además le daba pena ensuciar su vieja Colt, que esta vez le aliviaba la comezón de un pómulo. También se podía reflotar lo de Pinamar con los chicos. Empujado por el nuevo día se soltó la nariz para terminar la taza, cuando un aparatoso "¡atchís!" hizo que el percutor los enviara -al té, con hombre y todo- a un mundo que por ahora se presume desconocido.
* * *
3 comentarios:
Buenísimo.
A veces el azar da ese empujoncito que ese tipo de decisiones necesita.
Jugar con fuego es siempre peligroso.
NO volvió a amanecer para él.
Abrazo
SIL
felicitaciones!!
a seguir escribiendo y compartiendo tu don ...
Es excelente en su todo, en su conjunto. El relato y el desenlace, me encanto. Felicitaciones!!
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