Por Ronald
Tenía un problema y por él, busqué a un amigo. No encontré a mi amigo donde debía estar, pero como la complicación me era acuciante, traté de hallarlo un par de veces más.
Mi amigo apareció, inesperado, una semana y media después. – Acabo de regresar de un viaje -me dijo. Traía ropa nueva, reloj de oro, gran sortija, colonia cara, pelo recién cortado, manos que hacían recordar un salón de belleza. Sólo de verlo, me di cuenta que había dejado de ser mi amigo. Fuimos a un bar y conversamos durante horas y, cuando ya estábamos borrachos, me hizo una pregunta que no comprendí:
- ¿sabes que ha pasado en estos días? Entonces había un conflicto en Panamá
- ¿Hablas del conflicto en Panamá?-le respondí.
Hizo una mueca, como de media sonrisa, e intuí que pensaba con desdén: “¡de dónde saliste!”, o algo así.
– ¿no sabes que han regado varios muertos por el Callao?
Eso había ocurrido y a los cuerpos les faltaban sus cabezas.
Me miró midiendo mi asombro y no me avine a indagar nada.
Abrió sus manos, dejando en medio de ellas un vaso medio lleno, y me preguntó:
- ¿Cómo te puedo ayudar?
No le confesé la preocupación que molestaba, creo que él vino conociéndola y, como no quería asistirme, se inventó esa historia truculenta, pero, no estoy seguro.
Salimos del bar a la oscuridad sórdida, me acompañó unas cuadras hasta cerca de mi casa y seguramente quiso explicarse en ese momento:
- vine a verte por que estuviste preguntando por mí - me dio luego un apretón y se despidió diciendo: ¡no vuelvas a buscarme!
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