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jueves, 2 de agosto de 2012

"Porque amores que matan, nunca mueren..."

De Agustín Spina




Era una noche de marzo, él tenía la garganta muda como su querido corazón después de una multitudinaria y soltera velada, repetía a una y mil veces allá donde se escriben las canciones al otro lado de la nube negra…. Era su canción final.

Su entorno parecía distante, quieto. Él estaba inmerso en su música. De repente volvían olas de gritos salvajes y lucecitas a lo lejos, nada era tan importante como esa noche. Las calles oscuras pintaban un escenario magnífico para ahogar sus penas en una copa de vino, del mejor que podía comprar ese día, solo era él en un bar colmado de voces y humo.

Acompañado por su fiel traidor que lo enviciaba en cada bocanada y su amada copa color rubí que tantas noches había besado, miró al cielo, fijó sus ojos en la estrella del medio de las tres Marías, cerró los ojos y un perfume a vida sintió, allí estaba, con sus grandes ojos inundados de mares.




A finales del verano, vibro su pequeño y usado teléfono, por instinto apretó la tecla gastada de la izquierda y escuchó una voz no esperada pero sorpresiva: Canta Sabina ¿vamos?

Ella era una estudiante de matemáticas, su casa solo había libros, pizarrones escritos, fórmulas, ecuaciones sin resolver, sumas, restas, cálculos en la pared mezclados con aros de mil colores; un sillón con una manta comprada en algún viaje y almohadones minimalistas; una y otra botella de cerveza sin gas de la noche anterior, un cenicero con olor a tapa de termo, un plato hondo regalo de su padre, con cera de depilar sobre la blanca heladera rellena de huevos, jamón y alguna que otra latita abierta de algún puré de tomates.

De noche se recostaba en su cama y se dormía escuchando alguna arrabalera que la llevaba a su mundo tan sensible entre tanta racionalidad.

A pasos largos pero de poco recorrido, deambulaba por las calles oscuras de un reciente otoño fresco, solo quería cantar esa canción que tanto guardaba “…Yo no quiero calor de invernadero, solo quiero que mueras por mi…” se había tomado varias copas esa noche infernal; entendió a ese borracho con voz rasposa, vivió el paso de una lágrima a una risa en solo un verso.



En el reflejo de una luna casi oculta por varias nubes indecisas, en el instante mismo de aquella sensación no expresada, en el parpadeo final de sus ojos cansados por tantos sentimientos no encontrados…lo miró, y su ultima lágrima, cayó…

2 comentarios:

flavia stremel dijo...

"su fiel traidor que lo enviciaba en cada bocanada"
Me encantó la metáfora...
el cuento muy sabinesco...
eso es bueno?
buenísimo, diría yo
gracias, agustín

Pr. Silvina Grimaldi Bonin - Mat. Habilitante Nº 36512- 2016 dijo...

Él la salvó a ella del mar de lágrimas y ella lo salvó a él de la nube negra.

Divina conjunción.


Un beso.


SIL