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jueves, 29 de marzo de 2012

Los visitantes



De Diego Barraza


    

Ayer por la mañana, y cuando ya había conquistado más de la mitad de la fila bancaria, algo o alguien me tomó de los pelos y me tiró hacia atrás, oscureciéndose el cielorraso y casi todo alrededor. Lo de siempre. Luego, el tirón se perdió por la nuca y espalda. Me toqué el bolsillo y no tenía el frasco, entonces quise correr a casa pero fue en vano, y de nuevo las náuseas y las flemas. Es un trompazo en la oscuridad. Puedo estar ocupado en cualquier cosa cuya empresa ese temblor aborta sin más, ni permiso, convirtiéndome en otro, en algo que no soy.

La indefensión alimenta la ira nacida de la huida del dolor y la imposibilidad de justicia. Después una angustia indefinible. Este padecimiento no me hace más bueno y ya casi no salgo de casa, pues aquí no necesito disimular la pena y puedo patear al perro o la puerta que me venga en gana. Luego la calma. A veces parece que el día va a pasar sin mayores sobresaltos, hasta que la primera descarga se deja sentir. Cuando me pasó en el bar me dieron ganas de escupir el cortado recién servido.

Ya es tarde y no quiero pensar, pero no sé por qué otra vez la flaca. Hace días que me duermo pensando en ella, cuyo rostro tampoco se disipa por las mañanas. Anteayer en la terminal la tuve a escasos metros, por suerte no me vio. Me pica una costilla por dentro; mejor otro gancho, no vaya ser cosa que me agarre dormido.

Las ganas de orinar o el techo me despertaron. El techo, no hay dudas es el techo. La vieja y su enfermedad muy dormidas. El susurro aumenta en la cocina aunque no parece humano, por si acaso busco la cuchilla. Me pego al ventanal que da donde se supone hay patio y trato de mirar hacia arriba. No descubro nada pero las voces enronquecidas están ahí, sobre los vidrios de la tapia. Si les prendo la linterna no sabrán que hacer -o sí- pero yo también quedaría expuesto. Por fin los veo. Dos sombras oblicuas que se alargan hasta más allá del naranjo…la más grande lleva el mando, la otra se parece a una mujer y buscan bajar tomándose el uno del otro. De pronto una mano me pasa por un costado y con intención de girar la llave de la puerta. La vieja se había levantado y presenciado todo. Le pregunto si se ha













vuelto loca. Ya bajo el parral parece como si hubieran comenzado a arrastrarse sobre el pasto pero sin levantar sus cabezas. Los voy a correr, me


dice. Forcejeamos levemente hasta que la convenzo. Corro al teléfono y atiende una somnolienta oficial, le explico en dos palabras pero la respuesta me desarma: el móvil acaba de pasar por esa esquina y está todo tranquilo, espere el próximo rondín. Por suerte el camisón inmóvil, pero aquellos rumores ahora solo los separa la puerta de chapa. Manipulan la cerradura. Abro bruscamente la puerta y cuatro ojos grandes. Falta el aire. Tomo al más gordo de los pelos y como un trapo lo arrastro hacia dentro mientras le meto cuchillazos por toda la panza, casi no ofrece resistencia, pero lanza un eructo seguido de un chillido como cerdo, que se ahoga pronto. Siento todo caliente y mojado. Ya flácido en el piso le tajeo la garganta de lado a lado. Lo que parece mujer lucha por treparse a la medianera, pero lo alcanzo de los pelos y corre la suerte del gordo. Luego la angustia, y por fin la calma…hasta que ese rayo, maldito dolor, vuelva.

1 comentario:

flavia stremel dijo...

Guauuuuu!!!
Final inesperado, si los hay.
Me gustó... y la oración "me pica una costilla por dentro" me encantó.
Gracias y felicitaciones